Asisto al taller literario. Lo hago por curiosidad. La gente, el grupo habla. Últimamente las reuniones estan acompañadas de lluvia. La lluvia que golpea el techo del primer piso. De a ratos me quedo mirando la lluvia, escucho el ruido del agua, el ruido de las gotas que golpetean los vidrios de las ventanas. Observo las canaletas y eso pequeños ríos de agua, el agua que se cae al final del mismo. Observo los tejados; los tejados ahora mojados y opacados. Un rojizo fuerte a un rojizo coagulado, oscuro, casi granate, retocado por la lluvia. Antiguas fachadas de la época colonial. El cielo lleva y trae algunas nubes oscuras, otras se quedan varadas en lo infinito del horizonte.
Viernes extraño, otra vez gris, todo el día esta gris y oscuro, parece que a cada hora esta por oscurecer. Escucho algunos programas de radio por internet. Leo un cuento que me dan en el taller para leer, no nos dicen quien es el autor.
Paso en limpio esa cosa breve que escribí, mitad sueño, mitad realidad.
Ya esta publicado “Diario de Alcalá”, del Conejito(Juan Terranova), recibido con grandes criticas. Leo algunos párrafos parecen cargados de realidad y ficción. Lo poco que leí ha quedado repicando en mi cabeza, llenándome de intriga y curiosidad.
Leo los senderos bifurcados de Borges. Hace frio, ya no vamos a casa con ánimos.
Devaneo. Me pongo a escuchar jazz, algo de soul, algo de piano. Una vez supe creer en las cosas que decían los demás, pero… supe equivocarme.
Hay un mundial de futbol.
Te estas percatando de que las cosas son tal cuales las vemos.
Me gusta otra vez la música Lounge me gusta otra vez esa armónica que escucho en algunos temas.
A veces nos damos cuenta de la fragilidad de las cosas, de los seres que nos rodean.
A decir verdad a veces dan ganas de mandar a todos al carajo.
A ciertos lugares, a ciertos pensamientos que uno no desea pensar. ¿Por qué a unos si, y a otros no?
Esos compases orquestales que nos hacen reflexionar sobre cosas que antes estaban ahí pero que no las sentíamos, éramos comunes mortales sin un sentido de lo que realmente nos rodeaba.
Esto fue lo que escribí y leí en el taller literario:
Las flores. El olor de las flores y esa extraña sensación de que cuando hay un fuerte olor a flores se lo asocia con lo santiguo, o en otro caso nos hace recordar que estamos en un velorio o en un cementerio. Esos recuerdos extraños, cuando asistió al funeral del abuelo y esa atmosfera rara. Esa lenta entrada en auto al cementerio, y empezar a divisar las cruces, las estatuas, las parcelas del cementerio. Bajar del auto y mirar esas pequeñísimas casas que no eran casas sino bóvedas, para la imaginación de alguien de 6 años. Caminar por los senderos hacia la parte central del cementerio. Jugar a la rayuela y llegar al cielo al final de una lapida. Observar luego las inscripciones, los años que nunca se han vivido. Nombres que parecen extraños. Mirar las inscripciones. Las fotos antiguas de gente extraña, como si estuviesen ahí, esperando, para descubrirlos.
Rayos súbitamente ocultados.
Ver como las orugas se deslizan en la tierra y arrastran su cuerpo contorneándose como un pequeño tren. Por ese entonces había una abundante proliferación de estos seres. Estaban por todos lados arrastrándose, por las lapidas, por la tierra, por los arboles, cerca de las zapatillas algunas por encima de ellas, había que sacarlas o apartarlas. Y ese calor que hacia pudrir las flores, y luego esa lluvia pasajera que vino de repente y todos huyeron alocados a los autos pisando y aplastando a las orugas. Una lluvia pasajera de verano que solo trajo mas humedad y enrareció el aire haciéndolo mas espeso y mas rancio.